Poemas de amor…(y desamor, feminismo y crisis existenciales) por Alfonsina Storni
- Femme Fatalee
- 28 feb 2019
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 9 abr 2020
Es la noche del 25 de octubre de 1938. Alejandro se retuerce entre las sábanas. Está empapado en un sudor frío y, a pesar de que tuvo un día agotador, por algún motivo no puede dormir. Percibe un extraño peso en el estómago, como si estuviera relleno de piedras y sobre el pecho siente como si una sombra se le hubiera sentado encima, aplastandolo e impidiéndole respirar con normalidad. Mira al techo hasta que, con mucho esfuerzo, logra quedarse dormido. El resto de la noche, vagando entre la vigilia y el sueño, cree escuchar el sonido del mar y, especialmente, el de las olas heladas estrellándose contra las rocas.
En la tarde, Alejandro cree que debería sentirse más tranquilo. Su madre descansa junto al mar, a final de cuentas, y sabe que ella le tiene un cariño especial al océano. La dueña del hotel se lo ha confirmado: su madre duerme profundamente en la habitación. Mientras merienda un pequeño emparedado, Alejandro enciende la radio. Alguna melodía de Artie Shaw le hace compañía mientras se prepara una taza de café. La música, de repente, se detiene. Una voz masculina anuncia un mensaje simple, pero detonante: “Ha muerto trágicamente Alfonsina Storni, gran poeta de América”
Antes del suicidio de la gran poetisa, es necesario regresar al principio de su vida, el cual, quizás, nos dio un adelanto de cómo sería su final: a los doce años Alfonsina escribió su primer poema, el cual tuvo como tema la muerte. Su madre, al leerlo, la regañó y le explicó que la vida es dulce y maravillosa, pero para Alfonsina nunca fue así. Cuando Alfonsina tenía catorce años muere su padre y, atormentada por la situación económica de su familia, se ve en la necesidad de trasladarse a otra ciudad para realizar la gran hazaña de estudiar para ser maestra y trabajar en cuatro empleos a la vez para poder sobrevivir. Uno de esos trabajos es ser corista en un teatrito de mala muerte y, avergonzada de ello, cuando la gente se enteró, la embargó tanta pena que intentó suicidarse.
Obtiene su título de maestra, sin embargo sus “ataques de nervios” le impiden ejercer el trabajo y, condenada desde entonces a ser escritora, publica sus primeros versos en revistas de la época y en aquel momento sufre de una terrible enfermedad: la desilusión amorosa. Se enamora de un hombre mayor y casado, que como buen macho sólo se encarga de embarazarla y dejarla abandonada a su suerte. En Buenos Aires, una Alfonsina pobre y sola, decide volverse madre soltera y tiene a su único hijo, Alejandro. El año es 1912 y Alfonsina logra pagar las cuentas con trabajitos miserables por aquí y por allá. De repente encuentra un trabajo que parece ser una mezcla de redacción y marketing (en su época, claro) y siendo la única mujer entre cien postulantes, debe insistir para que acepten considerarla. Obtiene el trabajo, pero debe soportar que le paguen menos por ser mujer, a pesar de ello, es entonces cuando gana cierta estabilidad económica.
El éxito de Alfonsina como poetisa crece poco a poco. Un poema por aquí, alguien escandalizado por su contenido “impúdico” por allá, un libro por aquí, una declamación por allá, alguna amistad con otros grandes autores de América Latina como Horacio Quiroga (con quien quizás Alfonsina fue más que una amiga ;) ), Juana Ibarbourou e incluso Gabriela Mistral; publicando un artículo en tal periódico por aquí y siendo maestra por allá. Su éxito se coció lentamente entre poemas que fueron terriblemente controversiales y todavía más porque fueron escritos por una mujer.
La crítica suele dividir a la obra de Alfonsina en dos partes: la primera es romántica y erótica, extremadamente sensual pero, con todo eso, se encuentra resentida con el hombre (y cómo no estarlo) y es increíblemente irónica. La segunda es más madura y parece dejar el tema del amor un poco atrás para hundirse en problemas más existenciales, adoptando un tono más crítico. En esta primera etapa se encuentra “Poemas de amor” y de ellos es necesario abordar el que yo considero el poema más apasionante de la compilación:
“Oye: yo era como un mar dormido. Me despertaste y la tempestad ha estallado. Sacudo mis olas, hundo mis buques, subo al cielo y castigo estrellas, me avergüenzo y me escondo entre mis pliegues, enloquezco y mato mis peces. No me mires con miedo. Tú lo has querido.”
No puedo dejar de impresionarme de la pasión que se desborda de un fragmento y de envidiar, por supuesto, el conocer a alguien que te haga sentir tan despierta como un mar tan excitado que mata a sus propios peces. No sólo eso: Alfonsina está tan despierta, emocional y sexualmente, que llega a intimidar a su propio amante , al cual no puedo dejar de imaginar cómo un hombre pequeñito ( ;) ) que no sabía qué hacer con alguien tan entregada como Alfonsina. Como diría Alfonsina en otro poema, no es que ella no supiera amar es que: “Eras tú el que no sabías despertar mi amor.“
De esta misma primera etapa, es un poema que a pesar de haber sido escrito en la primera mitad del siglo pasado, sigue estando tan presente en la actualidad. ¿Cuántas veces no se nos ha exigido a las mujeres ser puras y vírgenes? Ya sea tu madre o el sacerdote exigiendote llegar virgen al matrimonio (que ni sabes si algún día lo vas a celebrar o no) o tu novio juzgándote por cuántas parejas has tenido antes de él o, incluso, aquellos que te llaman puta tras ver que te vas con tal después de una noche de fiesta. Pues Alfonsina, madre soltera en 1918, escribe “Tú me quieres blanca” en un tono un poco burlón, un poema que me da cierto aire a Sor Juana, y que dice así:
“Tú me quieres alba,
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.
Que sea azucena
sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada.”
En el poema, Alfonsina se queja del hombre libre, el hombre que se sumerge en el placer sin ser juzgado pero que todavía se atreve a exigir una mujer casta, blanca, pura, sólo para él. Y es que, a final de cuentas, el hombre no va a vivir avergonzado de ejercer esa sexualidad, pero la mujer, con valores impuestos, tiene que ser el retrato viviente de la Vírgen María. Con el mismo tono maneja el impactante poema de “Hombre pequeñito”, en el que Storni parece empezar a visualizar el amor romántico como una jaula, como el encierro de un hombre de masculinidad frágil hacia una mujer que sólo desea ser igual de libre que él:
“Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
Suelta a tu canario que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.”
Es 1935 y Alfonsina descubre que tiene cáncer de mama. Siempre abrumada con lo que en la época se llamaban “ataques de nervios o neurosis”, la salud mental de Alfonsina se deteriora. Se aísla de todos. Tras la traumática operación, su cuerpo se llena de cicatrices. En 1937 muere su gran amigo, Horacio Quiroga. En sus poemas, Alfonsina hace muchas referencias al mar. Escribe el poema que sería el presagio de lo que se avecinaba:
“Mírame aquí, pequeña, miserable,
todo dolor me vence, todo sueño;
mar, dame, dame el inefable empeño
de tornarme soberbia, inalcanzable.”
En 1938, los médicos diagnostican a la poeta que el cáncer se ha extendido a su garganta y es necesario operarla nuevamente. Alfonsina viaje al Mar de la Plata. En la madrugada del 25 de octubre, sale de su cama y se tira al mar: su cadáver sería descubierto hasta la mañana siguiente.
Su muerte, no hay que negarlo, se ha romantizado y vuelto una imagen emblemática. Al hablar de Storni, claro que resuena que fue la escritora que se tiró al mar. Pero creo su vida fue más impactante, incluso, que su muerte. No sé cómo expresar la admiración por una mujer que con cuatro trabajos logró terminar su carrera. Que con un hijo y siendo madre soltera, en una época donde el hecho era todavía más controversial que hoy, no sólo lograra sobrevivir, sino que se volvió una de las autoras más emblemáticas de toda América Latina. No conforme con eso, sus poemas apelaron a temas tabú, a temas que hablaban de la libertad de la mujer y del peso mismo de haber nacido mujer. Con un ojo crítico y una pluma valiente, también defendió el voto feminino. Sola, contra el mundo, luchando contra si misma y sus enfermedades (mentales y físicas) Alfonsina logró lo que yo misma deseo para mí: la libertad (o, al menos, tanta libertad como se le permitió en su época y su versión del feminismo le ofreció como ideal). Su muerte, nuevamente, la expresó como un acto de libre albedrío: moriría, cuando ella quiso morir, en sus cabales y a su tiempo.
Uno de sus últimos poemas “Voy a morir” revela una paz inexplicable en su propia muerte. Me da la sensación de que se fue tranquila y en paz, deseosa de al fin descansar debajo de sábanas terrosas y un edredón de musgos, con un techo de constelaciones infinitas. La última frase del poema es un misterio que años después, sigue atormentado a quien la lee:
"...si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido."

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