El misterio es el elemento que rodea – y absorbe - la vida de Elena Garro: el misterioso matrimonio tóxico que vivió con Octavio Paz, el romance secreto que tuvo con Bioy Casares, la supuesta conspiración en contra el movimiento del 68, su exilio y desaparición posterior al drama, la extraña ausencia de su nombre en la historia literaria de México y de sus libros en los estantes de las librerías. Es con respecto a esto último con lo que me gustaría iniciar la reseña de “Los recuerdos del porvenir”, la obra más reconocida de Elena Garro.
Encontrar “Los recuerdos del porvenir” fue una de las mayores odiseas literarias de mi vida. Encontrar libros escritos mujeres – más allá de una santa triada de escritoras inglesas y alguna que otra Poniatowska – es una actividad de por si complicada, pero sigue estando en el rango de lo posible. Pero encontrar “Los recuerdos del porvenir” fue una tarea de meses, de aventurarse en la librería más comercial hasta la más clandestina sin obtener ningún resultado. Parecía que una novela que era llamada por muchos como “una de las mejores de la literatura mexicana” estaba completamente desaparecida del mundo editorial. Podíamos encontrar un millón de ediciones de “Pedro Páramo” de Juan Rulfo o de “El laberinto de la soledad” de Octavio Paz, pero ni un solo libro de “Los recuerdos del porvenir”.
El misterio alrededor del libro surgió por tratarse de una obra maestra desaparecida, pero continuó por la poca información de su trama. Al buscar en Internet de qué se trataba la novela, no obtuve más que más dudas y una que otra difusa descripción que ni siquiera me dejó comprender qué iba a leer: ¿de qué puede tratarse un libro cuyo título habla de los recuerdos de algo que ni siquiera ha pasado todavía? A este par de factores, es necesario agregar el mito alrededor de su publicación: que si Octavio Paz le prohibió publicar la novela, aterrado del talento de su esposa, o que fue él quien la motivó a escribir; que si Elena, insegura de su propio escrito, decidió quemarlo en el horno hasta que alguien lo rescató del fuego o que si el gobierno, siguiendo con un veto total a Elena, prohibió que se publicaran mas ediciones y promovió el retiro de la novela de las librerías.
Después de casi un año sin encontrar nada sobre “Los recuerdos del porvenir” de repente, los ejemplares de una nueva edición aparecieron en todas las librerías. Después de ese misterioso silencio, súbitamente todo se llenó de Elena Garro: una obra por aquí, una compilación de cuentos por allá y un estante tapizado de “Los recuerdos del porvenir” en pleno Sanborns del centro histórico de la Ciudad de México.
La novela nos narra la historia del pueblo de Ixtepec, que bien podría parecerse en forma y contenido a cualquier pueblito de México. Lo verdaderamente curioso del asunto es que el narrador de la novela es justamente el pueblo de Ixtepec, es decir, el pueblo como una entidad omnipresente, que vive de los recuerdos de su propia existencia. El pueblo nos puede contar cómo fue fundado, “sitiado, conquistado y engalanado para recibir ejércitos” y siguiendo este hilo es capaz de recordar los mejores tiempos de Ixtepec, los tiempos en los que no estaba presente el General Rosas.
La historia va que en el tranquilo pueblo de Ixtepec, la paz se ve perturbada por la presencia del un tipo de regimiento de militares, liderada por el temible Rosas. El general es un todo un hombrecito de pies a cabeza y aterroriza al pueblo con sus amenazas, humillaciones y ejecuciones. Ante tan abominable y aterrador hombre, sólo parece haber una persona que no le teme: su querida, Julia, con quien vive en concubinato en una habitación del único hotel de Ixtepec. Julia es una mujer caracterizada por ser tan fría e indiferente como hermosa y con su belleza atrae la mirada de todos los hombres de Ixtepec. El general, de celos enfermizos, se desvive cuidando que nadie la vea, le hable o se atreva siquiera a pensarla. Cualquier atrevido que tenga la torpe iniciativa de mirarla de reojo terminará golpeado o ejecutado, colgado de algún árbol a la vista de todos, como un claro mensaje de que Julia le pertenece solamente al general Rosas…
… o eso es lo que a él desesperadamente le gustaría. Porque a pesar de sus regalos, desvaríos y cariños (y una que otra golpiza a Julia cuando algún hombre se ve atraído por ella porque todos sabemos que, por supuesto, ella tiene la culpa por ser tan bonita); la mente, el corazón y el alma de Julia parecen estar en otro lugar y peor aún: parecen pertenecer a un hombre que definitivamente no es el general Rosas.
Un día llega a Ixtepec un forastero desconocido: nadie sabe quién es o de dónde viene, pero todos parecen estar seguros de que viene por Julia después de que los ven mantener una breve conversación. La aparición del sujeto genera tensión en el pueblo, en donde el general dobla sus esfuerzos por mantener a Julia a su lado: la mantiene en un encierro perpetuo en su habitación, le grita el doble, la golpea el doble y le llora un poco más. Pero el miedo del general a perderla parece tener todo el sentido del mundo porque el pueblo de Ixtepec, más vivo que nunca, murmura las mismas palabras “viene por ella”.
A la par, conocemos a la familia Moncada, una de las buenas familias de Ixtepec. El matrimonio tiene como hijos a Isabel, Juan y Nicolás, que son tres hermanos muy unidos. Isabel, sin embargo, es una mujer que desecha los roles que se le atribuyen por su género: de un carácter fuerte y terco, es altanera con los hombres y está decidida a no casarse. Como una familia importante, los Moncada están al pendiente del asunto que trajo al general Rosas a Ixtepec en primer lugar: la guerra cristera.
La novela se da al tiempo en que la guerra cristera se extiende desde una orden en Palacio Nacional hasta el más recóndito pueblo de México. Podemos volver unos años atrás, durante el periodo de reformas del siglo XIX, cuando surgen las primeras leyes que buscan separar el poder de la iglesia y el estado, la Ley Lerdo y la Ley Iglesias, por ejemplo. Pero es hasta el gobierno del presidente Plutarco Elías Calles que la separación de la iglesia y el Estado se vuelve mucho más drástica: a través de la promulgación de una ley - llamada, como es tradición Ley Calles y que modificaba el Código Penal - el presidente buscó limitar mucho más el poder eclesiástico.
Si alguna vez has pensado que este país está terriblemente fragmentado, desorganizado, indiferente ante la desgracia o que es terriblemente sumiso ante el gobierno, es porque no has oído hablar de cómo gran parte de la población mexicana se unió en rebelión para esta ley. En respuesta a la ley, los católicos de México decidieron reunir millones de firmas pidiendo al gobierno que derogara la ley, pero no funcionó. En respuesta, los católicos decidieron generar un boicot económico (bastante rad) que causó grandes pérdidas al gobierno y que generó que la Ley Calles se aplicará de la única manera que parece poder ser aplicada una ley… a la fuerza.
La pasión por Cristo significó una respuesta igual de dura de la parte católica, generando el conflicto denominado Guerra Cristera y que se estima que tuvo más de doscientos mil muertos. En “Los recuerdos del porvenir”, el general Rosas se encuentra en Ixtepec para controlar el secreto movimiento pro-eclesiástico que se conspira en Ixtepec y sus alrededores. Con medidas cada vez más violentas, Rosas busca reprimir la inminente guerrilla y a través de la narrativa nos topamos con una colorida resistencia conformada por ricos, pobres, indígenas y, sobretodo, mujeres.
El rol de las mujeres es uno de los temas más importantes del libro, sobretodo por la colorida diversidad del mismo. Tenemos, por ejemplo, la figura Isabel Moncada, condenada a ser una mujer que no parece aceptar los roles que se le asignan por ser mujer. Sin embargo, también tenemos a Antonia, una de las “queridas” de los militares que, al igual que Julia, vive cautiva en el hotel. Lo cruel de la historia de Antonia es que no sólo está siendo violada por un hombre que la raptó de su casa en la playa, sino que además es tan joven que las señoras de Ixtepec, al verla por la calle, exclaman que “es una niña”. Antonia es la más melancólica de las queridas, preguntándose si todavía su padre la estara buscando. Otro militar tiene como amantes a un par de gemelas norteñas, que aparentan ser mujeres sin muchas preocupaciones, hasta parece que disfrutan la vida que el amante que ambas comparten les da. Elena Garro parece abarcar diversas formas de violentar a las mujeres y al mismo tiempo abordar elementos como el deseo de la aprobación masculina, por ejemplo, la mayoría de las mujeres de Ixtepec envidian a Julia, que llama tanto la atención de los hombres, a pesar de que vive triste, violentada y cautiva. Una de las mujeres se atreve a decir incluso que “ojalá alguien la amara tanto como Rosas a Julia”...
La relación entre Julia y Rosas protagoniza gran parte de la novela y quizás sean los personajes más desarrollados de toda la historia. Tenemos a la figura de Rosas, que parece ser el exponente clásico del macho: violento, pero frágil, destruido completamente por la indiferencia de una mujer que, al no tener la fuerza física para enfrentarse a él, logra doblegarlo a través de un fino juego de manipulación. Sin saber cómo lidiar con el eterno desprecio de una mujer que lo obsesiona, Rosas descarga esa frustración en actos violentos a los pobladores de Ixtepec. Sin embargo, Garro logra superar esta ingenua dicotomía del “bueno y el malo” y ni Julia es “buena” ni Rosas completamente “malo”: al final, ambos son dos seres humanos llenos de defectos, rencores e inseguros, actuando en el resultado del dolor y el miedo, como animales heridos y llevándose entre las patas a todo un pueblo, como bien narra Garro al decir que “En aquellos días, Julia determinaba el destino de todos nosotros…”
Igualmente, Elena Garro retoma su interés por el indigenismo con la discreta, pero filosa crítica al mestizaje y la discriminación hacia los pueblos nativos. Los mestizos de Ixtepec, por ejemplo, culpabilizaban a los indios del empobrecimiento de las tierras, considerándolos la vergüenza del país y haciendo comentarios tan extremos como el deseo claro de exterminarlos. Si bien todos se encuentran en una situación precaria, los indígenas del pueblo parecen estar en un punto mayor de vulnerabilidad. Sin embargo, a través de un comentario tan simple como que uno de los personajes “aristocráticos” diga que “todos somos en parte indios” nos recuerda nuestra ascendencia y resalta el rechazo a las raíces que conforman a la gran mayoría de los mexicanos.
En la novela, Elena Garro mezcla elementos mágicos como parte de la realidad, lo que podría catalogar a esta novela como parte de la corriente del “realismo mágico”, cuyo libro más emblemático podría ser “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez. Lo sorprende es que, la novela de Elena Garro se publicó casi veinte años antes que la obra maestra de García Márquez, es decir, que podríamos considerar a Garro como una pionera de la corriente, a pesar de que no se lo reconoce comúnmente por ello. Es cierto, a pesar de todo, que no es posible asegurar si “Los recuerdos del porvenir” tuvo alguna influencia en “Cien años de soledad”.
Después de concluir el libro, el misterio parece no terminar. El misterio detrás de la idea, de la tragedia, de la innovativa manera de narrar una historia y del lenguaje poético que se encarga de describir, bellamente, el curioso transcurso (o la ausencia) del tiempo. El misterio detrás de una mujer violentada en los 60s que escribió sobre el maltrato a las mujeres, maltrato que sigue vigente y en el cual todas podemos sentirnos identificadas de una u otra manera. El misterio de una novela que abordó, desde los 60s, esos temas incómodos que no se tocaban: la trata, el machismo, el feminismo, la discriminación étnica, la religión, entre otros. El misterio y el terror de ir en contra de la corriente. El misterio de una novela eminente que parece ser un secreto al que sólo unos cuantos pueden acceder… hasta ahora.
No sé qué fue lo que motivó el boom de Elena Garro, pero tengo la sospecha que fue el trabajo y el esfuerzo de mujeres que reconocieron la injusticia de que no fuera reconocida y que decidieron hacer algo al respecto. Fue la mujer que luchó porque la escucharan en la editorial. Fue la mujer que tuvo que convencer para que le financiaran la puesta de escena de una obra de una autora poco conocida. Son las mujeres que han iniciado un diálogo sobre Elena Garro, sobre su historia y sobre su talento. En honor a aquel esfuerzo de poder ofrecernos mujeres artistas, que la historia ha invisibilizado por uno u otro motivo, y en honor a la mujer cuyas palabras fueron ignoradas durante años, recomiendo profundamente “Los recuerdos del porvenir”.
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