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La escritora Elena Garro y su esposo

  • Femme Fatalee
  • 10 abr 2019
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 9 abr 2020

Próximamente presentaremos en Femme FataLEE una reseña sobre la gran Elena Garro, emblemática escritora mexicana. ¿Elena quién, dices? ¿Qué escribió Elena Garro? Quizás te suene más si te digo que es Elena Garro, la esposa de Octavio Paz, muy reconocido escritor mexicano y ganador de un Nobel de Literatura. Autor de obras que pasaron como clásicos de literatura mexicana como “El laberinto de la soledad”, Octavio Paz, el gran escritor, vivió gran parte de su vida acompañado de una sombra que el círculo artístico o intelectual de la época, los medios y la propia historia denominó como su esposa, Elena Garro. Y es que al igual que Rosario Castellanos, Amparo Dávila y Josefina Vicens, Elena Garro no es canón y no es lectura obligatoria, como lo es Octavio Paz.


Pero Elena Garro no es la única mujer que, a pesar de desarrollarse en su propio ámbito (literario, musical, científico) son reducidas por la prensa y la sociedad a una extensión del trabajo de sus respectivos maridos. Se me viene a la mente la molestia de Lindsey Ballato al ser definida en un artículo como “la esposa de Gerard Way”. Igualmente, Tim Burton retrató la vida de Margaret Keane, pintora cuyas obras se las adjudicaba su propio esposo. Sea en el siglo pasado, hace 300 años o el día de hoy, las mujeres que tienen como pareja a un hombre que se desarrolla en un medio como el suyo o del mismo corte, deben enfrentarse a la invisibilización o desprestigio de su trabajo, como si el acoso sexual y la violencia que viven día a día no fuera suficiente.


Pero hoy contaré la historia de Elena Garro, como cierto tipo de preparación para la reseña que se viene y para ejemplificar la historia de muchas mujeres que debieron vivir un mal semejante. Y es que depende considerablemente de por dónde se vea la historia: ¿Octavio Paz apoyó e incluso impulsó la carrera de Elena Garro o más bien se dedicó a obstaculizarla? Ciertas investigaciones, entre ellas la de la Patricia Rosas (quien ha dedicado gran parte de su vida a desentrañar la misteriosa vida de la autora), indican que quizás Paz no fue el noble héroe y bondadoso marido que se creía y que, por el contrario, durante toda su vida buscó la ruina de Elena Garro, a quien veía como una significativa amenaza a su carrera literaria.


¿En qué punto los chismes se vuelven historia? ¿Y en qué punto los hechos se vuelven una simple narrativa subjetiva? Lo que es un aparente hecho es que entre ambos existía una relación tortuosa. Hacia el final de sus años, Elena diría sobre el escritor: “Yo vivo contra él, estudié contra él, hablé contra él, tuve amantes contra él, escribí contra él y defendí indios contra él. Escribí de política contra él, en fin, todo, todo, todo lo que soy es contra él [...] en la vida no tienes más que un enemigo y con eso basta. Y mi enemigo es Paz.”. Por su parte, Octavio Paz describiría a su entonces esposa como “Ella es una herida que nunca se cierra, una llaga, una enfermedad, una idea fija"”, con una gran capacidad para mandarlo hasta el fondo del infierno, según él. Definitivamente no sonaban a un matrimonio feliz.


Aún así, antes de llegar al matrimonio tormentoso, Elena Garro fue una estudiante excepcional de Letras Españolas, licenciatura que cursó en la UNAM y que dejó inconclusa tras su matrimonio con Octavio Paz. Antes de casarse, Garro se dedicó a hacer básicamente TODO: teatro, danza, poesía, ensayo, novela… sin embargo, abandonó esas actividades y se volvió desertora de su carrera tras su matrimonio. Elena referiría después que se casó porque Octavio quiso, que fue una decisión impulsiva en la cual Octavio y sus amigos la desviaron un día hacia el registro civil y que una vez confirmado el matrimonio su marido le prohibió volver a la universidad.


Octavio Paz se casó con una bonita bailarina pero despertó, en su luna de miel, con una pesadilla: una mujer con una cantidad ridícula de talento, o sea una terrible amenaza para un naciente poeta que en ese entonces ganaba poco y se abría paso en el mundo literario. Por aquel entonces Elena decidió dedicarse al periodismo porque ahí “no opacaba a nadie”. De acuerdo con Patricia Rosas, Octavio Paz no quería competencia, obstaculizó la carrera de Elena manteniéndola en la esfera privada. Según el testimonio de Elena y su hija, la mayoría de sus escritos los quemaba en la estufa para no tener problemas con su marido. Uno de los escritos que se salvó del incendio fue “Los recuerdos del porvenir”, el libro más emblemático de la autora. En los círculos intelectuales Garro se sentía solamente

como una extensión de Paz, “la esposa de Octavio Paz” y nada más. El matrimonio se fue deteriorando poco a poco y tanto Paz como Elena tuvieron numerosos amantes. Según la hija de Octavio y Elena, Helena Paz Garro, en algún punto su madre se embarazó del también escritor Adolfo Bioy Casares. Octavio Paz la hizo abortar el producto, declarando que legalmente éste era suyo.


Sin embargo, no se puede contar la historia de Elena Garro sin mencionar su participación en el asunto de Tlatelolco en 1968. Octavio Paz fue, por su puesto, una voz muy escuchada tras el asesinato los estudiantes: se le recuerda como un ser congruente, que renunció a su puesto como embajador en la India (y al excelente salario que ello conlleva). Paz fue admirado por su valentía y su solidaridad, sin embargo, tanto escritores como Jacinto Rodríguez Munguía y la propia Helena Paz criticaron fuertemente la supuesta renuncia, ya que al parecer es posible que Paz solamente realizó una renuncia parcial, es decir, siguió cobrando sin ejercer el puesto pero siendo parte del servicio exterior todavía. Por su parte, el 68 fue también el comienzo del fin de Elena Garro.


La historia oficial nos dice que Garro fue acusada de organizar un complot comunista en contra del gobierno. También la Dirección Federal de Seguridad, un tipo de policía secreta del PRI, la acusó de ser una espía del movimiento del 68, es decir, una delatora de las cabecillas de dicho movimiento. La propia CIA la tenía en la mira por haber tenido un encuentro en una fiesta con el asesino de John F. Kennedy. Después y para terminar de dar el último golpe, Garro presentó un texto llamado “El complot de los cobardes” en los que criticaba a intelectuales de la época que apoyaban el movimiento de ser, básicamente, hipócritas: es decir, eran unos “ávidos” críticos al sistema hasta que se les ofrecía algún incentivo (una significativa beca) o algún puesto político que, spoiler, el servicio exterior mexicano siempre era buena opción. Efectivamente, en esa “lista”, Garro criticaba a su propio esposo por su tibieza, por su hipocresía y por su comodidad. Mario Vargas Llosa, en uno de sus pocos momentos de lucidez, también criticaría a Paz y otros intelectuales sobre esta cómoda postura en su ensayo “La dictadura perfecta”.


Rosas ofrece otra perspectiva al respecto. Es un hecho que Garro formaba parte de un tipo de facción del PRI, un movimiento disidente liderado por Carlos Alberto Madrazo, fuerte crítico de Gustavo Díaz Ordaz y promotor del movimiento agrario (Madrazo moriría en 1969 en un accidente aéreo con sospechas de haber sido un asesino). Igualmente, al parecer Garro es como el gato de Schrödinger: se le acusa de promover un complot comunista contra el gobierno apoyando el movimiento del 68 pero también de haber delatado a sus principales militantes. Lo cierto es que Garro fue terriblemente crítica de los movimientos de izquierda en toda América Latina e incluso llegó a llamar “terroristas” a los estudiantes del 68 en algunos artículos (Lo sé, no todo podía ser perfecto. Aún así, otros movimientos “antisistémicos” obtienen la misma denominación en determinadas circunstancias, tal como el partido político/asociación de beneficencia y grupo terrorista Hamas [TODO a la vez, según a quién le preguntes], el movimiento Black Panther en Estados Unidos, los propios Palestinos, entre muchos otros casos que la historia nos ofrece. El punto es, sí, Elena Garro creyó que un grupo disidente merecía el calificativo de “terrorista” y es muy, MUY cuestionable).


Lo que es cierto es que sus críticas resultaban una piedrita incómoda en el sistema. Criticaba a intelectuales, comunistas, estudiantes, priistas… Para Rosas es esta postura la que la vuelve un punto perfecto para ser asesinada. No físicamente, por supuesto, pero de manera más emocional, más moral: se inicia una campaña de propaganda con Garro. Garro la espía, la comunista, la delatora. También se le acusó de sufrir alucinaciones, de que no estaba en sus cabales, es decir, la clásica excusa de “mujer loca, no le hagas caso”. A la par, los libros de Garro dejaron de circular en las librerías. Elena Garro y su hija se exiliaron en Europa donde sufrieron miserablemente: llegó un punto en el que tuvieron que pedir limosna. Cierta reconciliación con Octavio Paz les permitió volver a México y seguir su exilio en Cuernavaca. En 1998 murió rodeada de la misma miseria.


Hay varios puntos para cuestionar: el primero es que no es posible visualizar a ninguno de los personajes de la historia como “buenos” y “malos”, ni siquiera a la propia Elena Garro cuyas ideas políticas, pueden resultar debatibles, como toda postura. Por más repudio que me pueda o les pueda generar el PRI, su rol en el mismo fue formar parte de una facción disidente y contraria al régimen de la época, además de que en 1968 ingresar al PRI era una de las pocas maneras de participar en la política desde un partido político que si llegara al poder (bajo sus respectivos y muy cuestionables métodos). Sin embargo, Elena Garro parece vivir un rol de víctima en dos ocasiones: primero víctima de su propio marido y después del sistema. En ambas situaciones se violenta su rol como autora y se utiliza su género como un agravante de la pena: se vuelve la mujer de Paz y la loca de los gatos que se inventa historias para no admitir que delató a todos los participantes del movimiento 68.


Respecto al PRI como victimario, oh god, no me atrevo a decir que sólo fue victimario de las mujeres. Fue victimario de los comunistas, los estudiantes, los críticos del régimen… Es por ello que quiero enfocarme más en la situación con Octavio Paz y si bien inicié el texto hablando sobre otros casos en que las parejas de una mujer creadora toman todo el protagonismo, ¿qué tanto es por su condición femenina? Se me viene a la mente el caso de la canciller alemana, Angela Merkel: me puedo atrever a decir que la mayoría han oído o conocen de la existencia de Merkel, pero, ¿alguien ha visto a su esposo alguna vez? ¿alguien sabe a qué se dedica?

Y si bien este argumento podría quitarle la base al tema que he desarrollado durante todo este texto, se omite una característica particular: que Angela Merkel es la excepción a la regla. Es decir, que es una de las pocas mujeres que gobiernan un país, una de las pocas que han logrado abrirse paso en ese mundo de hombres. Y es que la literatura, la música, la pintura: todos parecen ser también mundos de hombres. La situación de Elena Garro se basa en una violencia sistemática: en un marido que se puede permitir controlar a su esposa. Esto habla de una situación de desventaja para todas las mujeres creadoras que, al igual que Garro, las vuelve una extensión de su marido, “la esposa de Paz” y no lo que realmente fueron:

Elena Garro es una de las escritoras más emblemáticas de la literatura mexicana. Su novela “Los recuerdos del porvenir” es una de las primeras obras del denominado “realismo mágico” y fue publicada, incluso, antes que “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez. Fue ensayista, bailarina, periodista, dramaturga y poeta. También fue madre, fue esposa, amante y mujer. Hoy, todavía, Elena Garro no es parte del canon, no es parte de esas lecturas de cajón, de los clásicos mexicanos. Todavía ensombrece su nombre su misteriosa participación en Tlatelolco y todavía se extrañan los cientos de escritos que fueron quemados en su estufa para no hacer enojar al frágil Octavio Paz.

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