Cuentos reunidos por Amparo Dávila
- Femme Fatalee
- 18 sept 2019
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 9 abr 2020
Amparo Dávila siempre pareció tener una relación especial con la muerte. Es una cosa curiosa de decir sobre una persona, habiendo tantos elementos posibles con la cual caracterizarla o describirla. Podríamos haber dicho que tenía una mirada felina y absorbente. También que desde chica contaba con una imaginación desbordante o con una valentía que le hizo irse a la enorme e intimidante Ciudad de México a probar suerte. Pero decidí iniciar con que el hecho de que la muerte de sus tres hermanos durante la infancia posiblemente le generó una obsesión por la muerte al punto de llegar a hacerla la protagonista de casi todos sus cuentos.
Nació en un pequeño pueblo minero en Zacatecas en 1928, pero poco tiempo después se trasladó a San Luis Potosí. Durante su infancia, como mencioné antes, la muerte de uno de sus hermano pequeño la afectó a un punto de que se vio hundida en una profunda tristeza, soledad y enfermedad. En su delicado estado de salud, decidió refugiarse en la biblioteca del padre desde donde veía a la gente llevar a sus muertos al camposanto. Amparo diría que ella se entretendría viendo pasar la muerte, lo cual es una curiosa manera de una niña para divertirse.
Como era una niña de cinco años, no sabía leer pero se dedicó al principio a hojear los libros y detectar algunas palabras. Uno de los primeros libros que cayó en sus manos fue una versión con grabados de la Divina Comedia, lo que le generó un terror extraordinario. Más que tenerle miedo a los fantasmas, le tenía miedo a los demonios, la soledad posterior a la muerte de su hermano y la oscuridad. Los animales, perros y gatos, serían parte de su consuelo. En la noche, aterrorizada por la oscuridad, también Amparo llegó a ver ciertas visiones fantasmales que todavía no puede definir si eran reales o no: una mujer vestida de blanco con una vela y un hombre con una pata de palo que decía el que había sido dueño de la casa.
Desde chica se sintió fascinada por la lectura y sus primeras publicaciones fueron locales, en donde la crítica se sorprendió de que una persona tan joven (apenas unos 22 años) pudiera escribir poesía de la calidad que Amparo logró. En algún punto, y quizás influenciada por la animosa respuesta a sus obras, Amparo Dávila decidió partir a la Ciudad de México para poder dedicarse a las letras, convencida de que quería ser escritora. Su padre, contrariado, le dijo primero que para escribir se necesitaba talento. Amparo le respondió “cómo sabes que no lo tengo, si todavía no he empezado a escribir”. El hombre insistió en decirle que también necesitaba originalidad. Ella repitió su argumento, cómo sabes que no lo tengo si no he escrito ningún cuento todavía. Para terminar de disuadirla le resaltó lo insignificante que era en una ciudad así, el núcleo de los artistas mexicanos, en comparación a otros más famosos y tras recordarle el fracaso rotundo que le esperaba, Amparo partió a la capital acompañada solamente de su madre y sin ningún apoyo de la figura paterna. En 1959 publicó su primer libro de cuentos (“Tiempo destrozado”) con el Fondo de Cultura Económica y se lo dedicó nada más y nada menos que a su padre.
Desde entonces, el incremento a su popularidad se dio lento y seguro. Entre una pensión del Centro Mexicano de Escritores para dedicarse a escribir, un reconocimiento por el Palacio de Bellas Artes con una medalla y el ser ganadora del Premio Xavier Villaurrutia en 1977; Amparo Dávila terminó convirtiéndose en una escritora emblemática del cuento mexicano.
Quizás la palabra perfecta para describir su estilo es “spooky”. Los cuentos de Dávila giran en torno a la muerte y la frágil línea entre la locura y la lucidez. La presencia de espíritus, seres misteriosos y animales macabros es una constante en todos sus cuentos (y cómo no iban a serlo, con el contexto en el que vivió su infancia), los cuales son recopilados en la antología “Cuentos reunidos”. Uno de los más reconocidos es “El huésped”, el cual habla de un matrimonio infeliz y de cómo su vida cambia después de que el esposo trae a casa una extraña y peligrosa entidad, una “cosa” violenta que atormenta la vida de todos los habitantes de la casa. La esposa se describe ante los ojos del marido como un mueble, es decir, que ha llegado un punto en el que la indiferencia y desinterés de él por ella es la misma que la de un objeto inanimado, aventado a la esquina. El marido, ausente casi todo el tiempo, defiende fervientemente a la cosa violenta que ha traído a su propia casa, la cual existe entre el dormir en un cuarto apartado, observar con sus grandes ojos y atacar de repente a cualquiera que no sea el gran hombre de la casa. Lo interesante del cuento es que Dávila crea una atmósfera de estrés e inseguridad, ya que la amenaza “el huésped” está en tu propia casa y, sobretodo, tiene una naturaleza desconocida ya que nunca se define específicamente qué o quién es.
En otro gran clásico de Dávila, “La señorita Julia”, la autora aborda la locura y la fragilidad con la que cualquier persona se puede hundir en ella. La protagonista es una solterona pulcra, decente, virgen, una “buena mujer”, con un novio formal y una vida dedicada a “hacer las cosas bien”. Sin embargo, su cordura se tambalea cuando una noche escucha ratas corriendo por su casa, chillando y arañando los muebles. La idea de tener ratas, una cosa tan horrible, la obsesiona tanto que busca solucionarlo a cómo dé lugar, perdiendo su paz y sus horas de sueño en el proceso. Y cualquier que haya dejado de dormir por más de cinco días (es decir, cualquiera en temporada de finales), puede imaginar cómo se sentía la señorita Julia después de semanas y semanas sin dormir, con su casa infestada de ratas que no podía matar (ni siquiera ver) y un buen de chismes acusándola de desvelarse haciendo otras cosas ;) ;), porque obviamente una mujer mayor no puede denigrarse ejerciendo su sexualidad libremente, ¿verdad?
Mi favorito personal es, sin embargo, “El entierro”, protagonizado por un hombre en el que parecen converger todos los elementos necesarios para una masculinidad tóxica, entre ellos, el desesperado deseo de mostrar poder de las maneras más estúpidas posibles. Ejemplo claro: consiguiendo una amante francesa y ejerciendo orgullosamente su papel de sugar daddy porque le daba “status” frente al resto de sus amigos hombres y ricos. La historia nos cuenta, sin embargo, los últimos momentos de este gran varón, ya que ha caído enfermo y el diagnóstico parece ser que no le queda más que esperar la muerte. Entre sus recuerdos y el preparar todo para su partida, nos embarcamos en una historia que, como todas las de Amparo Dávila, tiene un giro radical para el final.
Quizás esa es parte de la magia de la escritora. El hecho de que durante todo el cuento logra crear una atmósfera abrumadora y te guía a través de una historia que al final resulta ser completamente diferente de lo que esperabas y que con un par de oraciones Amparo logra darle completamente la vuelta, dándonos un final que nos ayuda a comprender la naturaleza del misterio, pero no lo resuelve.
Además de la muerte, tanto una tranquila muerte tras la enfermedad como un terrible asesinato, el tiempo, el miedo y los personajes femeninos dan personalidad a la obra de Amparo Dávila. Aunque no siempre las mujeres sean las protagonistas, siempre parecen destacar más que cualquier personaje masculino. Algo que veo en común es que todas parecen ser terriblemente infelices: atrapadas en un matrimonio, luchando contra un amor imposible, frustradas por la soltería. Ninguna mujer parece ser completamente feliz sin importar su circunstancia, pero ninguna parece ser un simple objeto que existe solo para decorar la existencia del hombre: así que si, tenemos a una mujer maltratada capaz de matar para proteger a sus hijos, al igual que una mujer virgen que coquetea con su sexualidad - y pierde la razón buscando censurarla -, como a una mujer que arrastra a la locura a todo aquel que puede.
En este punto no sé si me sorprende más su propia personalidad y su historia o las ideas extrañas que se le ocurren para sus cuentos. Si ya estás listx para la época más spooky del año (y por ende, la mejor), no hay mejor manera de calentar los motores que con Amparo Dávila.

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